En el artículo de hoy, vamos a hablar sobre cómo nos exigimos, cómo nos relacionamos con nosotros mismos, hasta qué punto puede ser o no favorable, y si la exigencia nace o no con nosotros. Pues, ¿te has preguntado alguna vez si eres demasiado exigente contigo mismo?
¿Y es que quién no ha creído en alguna ocasión no estar haciendo lo suficiente? Un ejemplo muy sencillo que seguro en una u otra ocasión te ha ocurrido: el trabajo. ¿Cómo das respuesta al volumen de trabajo? ¿Es suficiente lo que estás haciendo? Muchas veces, ante estas preguntas en consulta me encuentro que la persona comenta que no llega, que siente que no es válido o productivo para dar una respuesta de excelencia.
Y es que, ¡el trabajo JAMÁS se va a acabar! Generalmente, todo es para AYER. Por lo que se parte, del hecho de que ya se va tarde, que siempre hay un gran volumen de trabajo que no se puede atender. Y encima, no poder hacerlo está generando frustración, incluso ansiedad o insomnio, en niveles más extremos.
Es necesario tomar conciencia de cómo de asumible es el volumen de trabajo, porque a día de hoy somos humanos y como tales necesitamos unas horas de descanso para poder ser eficaces, y a su vez, poder avanzar sin la sensación de ir con la lengua fuera y en constante tensión. Por tanto, ante todo no pienses que por invertir más horas en el trabajo, serás un mejor empleado. Lo lamento, pero no van los tiros por ahí. Si estoy teniendo que invertir más horas de las que dictamina la jornada laboral, es una clara señal que demuestra que hay algo que no está funcionando. En un 99% de los casos, lo que no funciona reside en la propia gestión y distribución del volumen de trabajo por parte de las propias empresas. Pues en infinitas ocasiones se pretende que una única persona abarque el trabajo de tres. Por ello, antes de fustigarse uno por lo mal que lo está haciendo por no poder ser todo lo productivo que se exige, veamos la realidad. Esta realidad parte de observar con cierta distancia el número de tareas que al día se tienen que realizar. Para ello, te ayudará el ir anotando antes de comenzar la jornada las prioridades y tareas que tienes para ese día. Para así, poder ver cómo de asumible humanamente es.
La exigencia muchas veces va asociada con el grado de perfección. Y es que, ¿qué es la perfección? ¿Me lo podrías definir en palabras? ¿Cuándo se alcanza la perfección? Es sumamente imposible el poder expresar con palabras algo que no es tangible, pues es algo que cada uno desde su idea mental se puede imaginar, pero que generalmente parte de su antónimo; perfecto es aquello que no tiene defectos. Y entra aquí, la famosa y conocida teoría de la relatividad de Einstein que decía: TODO ES RELATIVO. Lo que para uno será perfecto, para otro distará mucho de serlo. Y más aún, para aquel que busca alcanzar la perfección, ¿qué camino es necesario seguir? No existe ningún manual para alcanzarlo, ni ninguna metodología. ¿Por qué? Porque no existe la perfección como tal. Existe el hacer todo, lo mejor posible que pueda y esté en mis manos. Ni más ni menos. Habrá días de todos los colores, días en que algo saldrá fácilmente como churros, y otros que por simplemente estar más cansado pueda resultar más tedioso o difícil. Ello no demuestra que no sea bueno, sino el comprender, insisto que somos HUMANOS. Tendremos días y respuestas múltiples.
Por tanto, retomando el caso que comentábamos del trabajo. Es muy importante partir del reconocimiento propio ante el trabajo que se está haciendo. Pues rara vez uno se pone una medallita por acabar una tarea, sino que se está más pendiente de lo que queda por hacer y no está hecho. ¿Es acaso poco valioso aquello que se ha logrado alcanzar? ¡Valóralo y valórate!
Muchas veces el grado de exigencia parte de uno, pero me atrevería a decir que en mayor o menor medida cada uno lo ha ido adoptando a partir de las vivencias que se han ido teniendo desde muy temprana edad. Donde ya de muy pequeño, se exigía ser bueno en matemáticas, en lenguaje, en plástica, etc. Cuánto mayor fuera la nota, mejor se era. ¿No nos pasa acaso igual de adultos? Siempre preocupados por dar la respuesta “correcta” e “inmediata” ante una cierta demanda para así demostrar la valía. Partimos de que la rapidez y el ya, es doblemente bueno. Sufrimos del síndrome de la inmediatez. Lo que va a un ritmo más suave (constante) y para de aquí a unos minutos, ya es malo. ¿Por qué? La valía reside en ir atendiendo las repuestas en la medida en que me sea cómodo, pues sólo desde un cierto grado de comodidad podré mantener un ritmo constante en el día a día, evitando así las tensiones, ansiedades, o angustias.
¡No permitas que lo que alguien te pueda decir respecto a tu valía dictamine la persona que eres! De ahí la necesidad que te comentaba, de ser consciente de la valía interna que cada uno tenemos. Obviamente, a cada uno se le dan bien unas cosas diferentes a otra persona. ¡Fortuna de ello! ¿Qué sino cómo lo haríamos? Necesitamos múltiples aptitudes a nivel de sociedad para convivir y avanzar juntos, sumando cada uno su granito de arena.
¡Valora lo que haces en el día a día, para así ver lo valioso que realmente eres!
Si deseas poder gestionar ese estrés diario que pueda surgir de esa autoexigencia, de la ansiedad, el insomnio, u otras emociones o síntomas, te recordamos que tienes a tu disposición el servicio terapéutico integrativo en el que te acompañaremos para que puedas darle respuesta a todas esas emociones que pueden desbordarte y que se manifiestan a nivel físico, tratándolas también.
Mónica Larruy Carrete – Julio 2019
Dejar un comentario